sábado, 1 de septiembre de 2012

Mi tímida impaciencia

Y tras ello, se tumbó en aquella mustia cama, deshecha,  sucia y mugrienta. Olvidó el cansancio, la deshidratación, el hambre. Aquella voz fue como un sueño reparador, un lago entero de agua limpia y clara, un banquete de las mayores delicias gastronómicas de cada continente. Una voz más dulce que todo el algodón de azúcar del mundo junto, que tan solo retumbaba en su cabeza... Un rayo de luz en aquella aventura suicida en la que se enfrascó tres meses atrás...
Se levantó, decidido a terminar con esto, abrió la puerta y confiado, comenzó a andar, batallando con aquella tormenta de arena que azotaba aquella noche el desierto. Tenía que volver, encontrar a la propietaria de aquella voz, y besar los labios que dibujaban aquellas palabras...
 

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